Después de un día de lo más placentero pasado en la bonita y tranquila ciudad de Ortigia-Siracusa, nada nos hacia presagiar que el final del mismo estaría al borde del infarto.
Esta
vez el grupo de amigas escogimos Sicilia para pasar nuestras vacaciones. Entre las ciudades que figuraban en nuestro recorrido se encontraba Catania, una emblemática ciudad desde la cual podíamos visitar los lugares cercanos. Uno de los días decidimos ir a Ortigia-Siracusa, una preciosa ciudad que merece la pena ver. El día estuvo fantástico y pasamos una
jornada muy agradable.
A eso de las 19,20 h. decidimos que ya era
hora de volver a Catania y desde el centro de la ciudad cogimos el autobús para
la estación de tren, a donde llegamos sobre las 19,30 h. Tuvimos que esperar todavía una hora, tiempo
en el que nos dedicamos a dar una vuelta por la estación y a asegurarnos de la
hora en que salía el tren y el andén donde teníamos que tomarlo, así que nos
dirigimos a un expositor en donde ponían los horarios de los trenes y los
andenes.
Nos
cercioramos bien de que el último tren salía a las 20,30 del anden nº 4. Era el que iba a Roma y una de las paradas era la de Catania. Así que hacia dicho anden nos dirigimos un cuarto de hora antes, bajando
tranquilamente por el subterráneo para acceder a los andenes.
Llevábamos un ratito esperando cuando
apareció un chaval de unos 16/17 años con un pañuelo en la cabeza al estilo pirata, una bolsa de viaje colgando
del hombro y dos móviles uno para cada oreja.
De vez en cuando cerraba uno de ellos y hablaba solo por uno y de
repente sacaba el otro y hablaba por los dos a la vez y a grandes voces, mientras se recorría el andén de un lado a
otro, sin parar. Era
italiano y parece ser, según le oímos, hablaba con “la sua mamma” y le debía
estar relatando todos los pormenores de su viaje según iban surgiendo.
Por
los altavoces dijeron que el tren con destino a Roma (es decir, el nuestro) iba a hacer su entrada por
la vía 4 a las 20,30h. El chavalillo,
como no paraba de hablar, no se enteró de lo que habían dicho y nos vino a
preguntar. Después
de explicárselo como buenamente pudimos, volvió a lo suyo, a sus teléfonos y a sus
paseos de una punta a la otra del andén.
Nos
extrañaba que fuéramos las únicas personas, junto con el chavalillo que
estábamos esperando en el andén. Pero volvieron a decir por megafonía que el
tren con destino a Roma iba a hacer su entrada por la vía 4. Por lo menos eso era lo que entendíamos.
Una de las
amigas, Bea, fue a la taquilla para informarse, ya que no se fiaba de lo que
entendíamos a traves del altavoz. No tardó en volver toda apurada y nos dice:
“Que me han dicho que el tren de Catania está en la vía 3”. Y lo que hasta ese momento había sido de
tranquilidad y relajo puesto que teníamos tiempo de sobra, de repente se
transformó en una FRENETICA CARRERA
CONTRA RELOJ .
Bajamos a toda pastilla las escaleras mientras íbamos
diciendo; “¡ Pero si han dicho que iba a entrar por la vía 4!" Nos metimos en el subterráneo y rápidamente
subimos las escaleras del anden nº 3. A
todo esto, el bambino del pañuelo a la cabeza, aunque no entendía lo que
pasaba, corría como alma que lleva el diablo detrás de nosotras, con el
teléfono en la oreja, sin parar de hablar.
Cuando
ya estábamos en el anden nº 3 oímos que llegaba
un tren y grita Bea: “¡Acaba de
entrar un tren por la vía 4!".
“Claro”, le grito yo “ese es el que va a Roma, el que tenemos que coger”. Vuelta a bajar a toda velocidad las
escaleras del andén nº 3, otra vez al subterráneo y a subir las escaleras del
andén nº 4, todas desbocadas y seguidas de cerca por el chavalillo que no
entendía por qué corríamos como posesas de anden en anden.
Vemos
que había entrado un tren pequeñito, es decir una locomotora y un vagón. ¿Pero como iba a ser esa miniatura el que iba
a Roma? Nieves, otra de las amigas, que era la que mas corría, llegó hasta el
maquinista haciendo gestos con los brazos para que bajase la ventanilla y le
pregunta por el tren para Catania.
El
maquinista, después de pensárselo unos cuantos segundos (yo creo que estaba
calibrando nuestro grado de peligrosidad, ya que de lo que no tenia ninguna duda era de que
nos habían dado el día libre en el psiquiatrico) al final baja la ventanilla y le dice que el
que va a Roma y pasa por Catania es el de la vía nº 3.
Salimos disparadas de nuevo y vuelta a bajar las escaleras del anden nº 4, con los nervios apunto de estallar y con la
convicción de que perdíamos el tren y era el último. Ya no habia ninguno mas hasta el día siguiente. Otra
vez al subterráneo y vuelta a subir las escaleras del anden nº 3 con el bambino
pisándonos los talones y sin tiempo de preguntar para enterarse de lo que
pasaba. Y mejor no saber lo que la gente que se encontraba en la estación estaria pensando al ver a siete mujeres seguidas de un chaval con pañuelo a lo pirata en la cabeza, corriendo alocadamente por el mismo sitio una y otra vez.
Ya en la vía nº 3, desquiciadas del todo, preguntamos
a gritos a un empleado de la estación:
“¿Catania?... ¿Catania?...” Y el tal
señor nos dice que el vagón nº 2 y nos
señala el fondo del anden.
Ahí
sí que hicimos una de “SALVESE EL QUE PUEDA”.
Tres de nosotras, Miren, Nieves y
yo, seguidas a la carrera por el “bambino”, corrimos despendoladas por el andén con la
angustia de que no íbamos a alcanzar a tiempo el tren, hasta que ¡POR FIN! llegamos sin resuello al
vagón nº 2 . Desde la puerta del mismo
miré para atrás pensando que el resto de las amigas nos seguían pero habían desaparecido. Ni rastro de ellas. No había ni un alma en la estación. Nos imaginamos que se habrían montado antes.
Nos
sentimos aliviadas porque parecía que
todas estábamos en el tren, aunque estas otras tenían que ir pasando de vagón en vagón hasta llegar al nº 2, es decir
al de Catania. Intentamos salir a su
encuentro, pero no pudimos abrir la puerta que comunicaba con el otro vagón, era
imposible. Lo intentamos varias veces y
nada.
Tampoco
sabíamos si todos los vagones iban a Catania o habían desenganchado los últimos ¡Que angustia otra vez!, Yo me veía viajando
a Catania con Miren y Nieves y el resto de la tropa tiradas en un vagón en Siracusa.
De
repente aparecieron en la puerta de cristales que comunicaba con el vagón
anterior y no se que hizo una de ellas, que mando tocó o que varita mágica
utilizó, el caso es que la puerta se abrió y que alegría cuando volvimos a
estar otra vez juntas, En ese mismo
momento arrancó el tren.
Fuimos
al departamento que nos correspondía y llegamos felizmente a Catania en donde
nos bajamos del tren, despidiéndonos previamente del “bambino” que continuaba
hasta Roma y al que ya nos unía una estrecha relación despues de haber compartido con él nuestra particular maratón a traves de los andenes.
¡Menuda
odisea y que tensión! Menos mal que al
final todo resultó bien.
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