(Subida al volcán
Etna)
Salimos desde Catania hacia el Etna sobre las 9 h. de la mañana, en un jeep con conductor que mi
amiga, la que siempre organiza los viajes, había contratado desde Bilbao a través de
internet.
El día
amaneció soleado y, a medida que nos íbamos acercando al volcán, iba transformándose
en radiante.
No paramos
en todo el trayecto y tardamos
aproximadamente una hora.
Cuando
iniciamos la subida, la carretera era una verdadera belleza. Todo el borde del camino estaba rematado de
flores amarillas y rosas de un intenso color, que resaltaba aun mas sobre la
negra lava del volcán.
Hicimos
la primera parada en una explanada desde donde se divisaba nítidamente el
volcán, ya que, curiosamente, estaba totalmente despejada la cima, de cuyo
cráter salía un ligero humo blanco.Allí el conductor se junto con un colega que
llevaba también turistas (pero éstos eran alemanes, no españoles) en un jeep
como el nuestro. Este grupo, al igual
que nosotras, se bajó para admirar el
extraordinario paisaje.
La
temperatura era muy agradable y el ambiente de lo más placentero con semejante
entorno.
Estábamos tan a gusto que una de mis amigas
dijo: “Voy a fumar un cigarrito” y se
metió al coche a por el bolso.
Sale y
dice que no encuentra el bolso. Al
principio pensamos que estaba de broma y no le hicimos ni caso, pero siguió
insistiendo: ”Que va en serio. No está
mi bolso en el coche”. ¿Pero como podía ser, si habíamos estado cerca del
jeep todo el rato?
Entonces y
en pleno desquicie, entró en acción “El Equipo A”, es decir, unas
cuantas de nosotras subieron al coche y empezaron a levantar chaquetas,
jerséys y a rebuscar debajo de los
asientos. Cuando ya aquello estaba todo
patas arriba y sin rastro del bolso, apareció uno de los conductores con los nervios a flor
de piel, diciendo que aquel no era nuestro jeep, sino el de los alemanes, que
el nuestro tenía el techo blanco.
¡Que plancha! La frase nos cayó encima como
una jarro de agua helada. Nos quedamos
tan desconcertadas que no sabíamos que hacer.
Las que estaban dentro no se atrevían a salir y las que habíamos estado fuera jaleándolas en la búsqueda, mirábamos al
cielo en plan despiste, como que la cosa no iba con nosotras y que aquí paz y después
gloria.
Por fin se
decidieron a bajar del coche. Salieron
poco a poco y de una en una con las orejas gachas, mirando a los germanos de
soslayo con una media sonrisa a modo de
disculpa, mientras éstos las
observaban estupefactos preguntándose que demonios hacian en su coche
semejante cuadrilla de zumbadas y por qué, de repente y como presas de un ataque,
habían dejado al retortero todas
sus ropas y pertenencias.
Nosotras,
por nuestra parte y sin mediar palabra, nos montamos en nuestro jeep sin volver
la vista atrás. El bochorno que llevábamos
encima no nos lo permitía, pero sí que a lo achantado echamos un vistazo al
jeep de los alemanes y comprobamos que era exactamente igual que el
nuestro. La única diferencia, como bien
nos dijo el guía, era el color del techo. ¡¡Que chasco!!¡¡Podían haberlo
advertido!!
©Mª Aurora Tamayo