Desde La Orotava iniciamos la subida al Teide a través de una carretera poblada de pinos a ambos lados y declarada Parque Nacional.
Las vistas, a medida que íbamos subiendo, se iban haciendo cada vez más fascinantes. Las nubes quedaban como algodones por debajo de nosotros y sobre la ciudad de Puerto de la Cruz, dando un aspecto irreal al paisaje.
El camino se nos hizo interminable debido a la gran cantidad de curvas. Cuando llegamos a las laderas del Teide parecía que nos encontrábamos en otro planeta. Era como un paisaje lunar, al igual que las imágenes de los astronautas cuando pisaron la luna. Algo indescriptible: grandes explanadas, hasta donde alcanza la vista sin una gota de vegetación y solo tierra volcánica y, en medio de toda esta grandiosidad, EL TEIDE, exhibiendo su grandeza y majestuosidad en todo su esplendor, con su dorada cresta recortándose en el nítido azul del cielo, y dominando el valle, como el dueño y señor de la isla.
© Mª Aurora Tamayo